miércoles, 22 de abril de 2009

23 DE ABRIL.- DÍA DEL LIBRO


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El Día del Libro se celebra el 23 de abril de cada año desde 1930 y coincide con la entrega que hace el rey Juan Carlos I del Premio “Miguel de Cervantes”. En 1964 quedó instituido oficialmente como el Día del Libro para todos los países de lengua castellana y portuguesa. En el año 1993, la entonces Comunidad Europea, lo proclamó como Día Europeo del Libro. Finalmente, la UNESCO decidió, en 1995, fijar la fecha para la celebración del Día Mundial del Libro. Durante esta jornada se instalan puestos callejeros para la venta de libros y los editores y libreros hacen un descuento especial. Las instituciones oficiales también realizan actividades conmemorativas.

Como conmemoración de este día tan importante para las bibliotecas, quiero recordar a uno de los autores de cuentos más importantes de todos los tiempos. Me estoy refiriendo a Andersen

Hans Christian Andersen (1805-1875), nacido el 2 de abril de 1805 en Dinamarca, al norte de Europa es uno de los escritores de cuentos de hadas para niños más conocidos.

Nació en Odense y vivió una infancia de pobreza y abandono, criado en el taller de zapatero del padre. A los 14 años se fugó a Copenhague. Trabajó para Jonas Collin, director del Teatro Real, quien le pagó sus estudios. Aunque desde 1822 publicó poesía y obras de teatro, su primer éxito fue Un paseo desde el canal de Holmen a la punta Este de la isla de Amager en los años 1828. Su primera novela, El improvisador, o Vida en Italia (1835), fue bien recibida por la crítica. Viajó por Europa, Asia y África y escribió muchas obras de teatro, novelas y libros de viaje.
Un día de 1844 escribió: “Hace veinticinco años llegué con mi atadito de ropa a Copenhague, un muchacho desconocido y pobre: y hoy tomé chocolate con la Reina.”
Pero son sus más de 150 cuentos infantiles los que lo han llevado a ser reconocido como uno de los grandes autores de la literatura mundial.

A continuación os transcribo el cuento titulado “El traje nuevo del emperador”. Espero que os guste y que disfrutéis con su lectura

El traje Nuevo del Emperador


Hace muchos años vivía un emperador que de tal modo perecía por los trajes nuevos y elegantes que gastaba todo su dinero en adornarse. No se interesaba por sus tropas, ni le atraían las comedias, ni pasear en coche por el bosque, como no fuese para lucir sus nuevos trajes. Poseía un vestido para cada hora del día y de la misma forma que se dice de un rey que se encuentra en Consejo, de él se decía siempre:
-¡El emperador está en el ropero!
La gran ciudad en que vivía estaba llena de entretenimientos y era visitada a diario por muchos forasteros. Un día llegaron dos picaros pretendiendo ser tejedores; decían que eran capaces de tejer las telas más espléndidas que pudiera imaginarse. No sólo los colores y los dibujos eran de una insólita belleza, sino que los trajes confeccionados con aquella tela poseían la maravillosa propiedad de convertirse en invisibles para todos aquellos que no fuesen merecedores de su cargo o que fueran sobremanera tontos.
«Preciosos trajes; sin duda -pensó el emperador- si los llevase, podría descubrir los que en mi reino son indignos del cargo que desempeñan, y distinguir a los listos de los tontos. Sí, debo encargar inmediatamente que me hagan un traje», y entregó mucho dinero a los dos estafadores para que comenzasen su trabajo.
Instalaron dos telares y fingieron trabajar en ellos, aunque estaban absolutamente vacíos. Con toda urgencia exigieron la mejor seda y el hilo de oro más espléndido. Lo guardaron en su equipaje y trabajaron con los telares vacíos hasta muy entrada la noche.
«Cuánto me gustaría saber lo que han adelantado con la tela», pensaba el emperador, pero se encontraba un poco confuso en su interior al pensar que el que fuese tonto o indigno de su cargo no lo podría ver. No es que tuviera dudas sobre sí mismo, pero quería enviar primero a algún otro para ver cómo andaban las cosas. Todos sabían en la ciudad qué maravillosa propiedad tenía la tela y todos estaban deseosos de ver lo inútil o tonto que era su vecino.
«Enviaré a mi viejo y honesto ministro a visitar a los tejedores -pensó el emperador-. Es quien mejor puede ver si el trabajo progresa, porque tiene buen juicio y nadie desempeña su puesto mejor que él.»
Entonces el viejo y buenazo ministro fue al taller en que los dos picaros estaban sentados trabajando con los telares vacíos.
«¡Dios me guarde! -pensó el viejo ministro, abriendo los ojos desmesuradamente-. ¡Si no veo nada!», pero tuvo buen cuidado en no decirlo.
Los estafadores rogaron que se acercase y le preguntaron si no era un bello dibujo y un color precioso. Al decirlo, señalaban el telar vacío y el pobre ministro no hacía más que abrir los ojos, sin poder ver nada, porque nada había.
«Dios mío -pensó-. ¿Si seré tonto? Nunca lo hubiera dicho y es preciso que nadie lo sepa. ¿Seré incapaz de mi cargo? No debo decir a nadie que no veo la tela.»
-¡Bueno, no decís nada de la tela! -dijo uno de los tejedores.
-¡Oh, es preciosa, una verdadera preciosidad! -dijo el viejo ministro mirando a través de sus gafas-. ¡Qué dibujos y qué colores! Sí, le diré al emperador lo mucho que me gusta.
-Cuánto nos complace -dijeron los tejedores, que detallaron por su nombre los colores y el especial dibujo. El viejo ministro los escuchó con toda atención, para repetírselo al emperador, como así hizo.
Los estafadores volvieron a pedir más dinero, más seda y más oro, para utilizarlos en el tejido. Lo almacenaron todo en sus bolsillos, al telar no fue ni una hebra, pero ellos continuaron, como antes, trabajando en el telar vacío.
El emperador volvió a enviar en seguida a otro buenazo de funcionario para ver como iba el tejido y si el traje iba a estar listo pronto. Le ocurrió como al ministro, que miró y remiró pero como no había nada en el telar, nada pudo ver.
-Precioso tejido, ¿no es cierto? -dijeron los estafadores, y mostraron y explicaron el precioso dibujo que no existía.
«Yo no soy tonto -pensó el funcionario-, luego, ¿será mi alto cargo el que no me merezco? ¡Qué cosa más extraña! Pero nadie debe darse cuenta de ello.»
Así es que elogió la tela que no veía y les expresó su satisfacción por los bellos colores y el precioso dibujo.
-Es, en efecto, soberbia -dijo al emperador.
Todos hablaban en la ciudad de la espléndida tela. Y el mismo emperador quiso verla, cuando estaba aún en el telar.
Rodeado de un montón de cortesanos distinguidos, entre los que figuraban los dos viejos y buenazos funcionarios que habían ido antes, fue a visitar a la pareja de astutos embaucadores, que seguían tejiendo afanosamente, pero sin hebra de hilo.
-¿No es magnífica? -dijeron los dos buenos funcionarios-. ¡Vea, vea Vuestra Majestad, qué dibujos, qué colores! -mientras señalaban el telar vacío, ya que creían que los otros veían perfectamente la tela.
«¿Qué es esto? -pensó el emperador-. ¡No veo nada! ¡Qué horror! ¿Seré tonto? ¿O es que no mereceré ser emperador? ¡Es lo último que podía ocurrirme!»
-¡Oh, es bellísima! -dijo en alta voz-. Tiene todo mi real agrado -y cabeceó complacido contemplando el telar vacío, sin decir palabra de que no veía nada.
Todo el séquito miraba y remiraba, sin conseguir ver más que los otros, pero dijeron, como el emperador:
-¡Oh, es bellísima! -y le aconsejaron que se hiciese un traje de aquella tela nueva y maravillosa, para la gran procesión que iba a celebrarse pronto.
-Es magnífica, admirable, excelente -corría de boca en boca y todos estaban entusiasmados. El emperador concedió a ambos estafadores una Cruz de Caballero para que la ostentaran en el ojal y el título de Caballero Tejedor.
La noche entera de la víspera de la procesión la pasaron los picaros en pie, con más de dieciséis velas encendidas. La gente pudo ver cómo se afanaban para conseguir que estuviera listo el nuevo traje del emperador. Simularon tomar la tela del telar, cortaron el aire con grandes tijeras y cosieron con agujas sin hilo, hasta gritar al fin:
-¡Mirad, el traje está listo!
El propio emperador, con sus caballeros más distinguidos, acudió al taller y los estafadores levantaron el brazo, como si sostuviesen algo, y dijeron:
-¡He aquí los pantalones! ¡El vestido! ¡La capa! -y así lo demás-. ¡Es tan ligero como una tela de araña! Se diría que no lleva nada en el cuerpo y esto es precisamente su virtud.
-En efecto -dijeron todos los caballeros, sin ver nada, porque nada había.
-¿Tendrá Vuestra Majestad Imperial la suma bondad de desnudarse -dijeron los picaros- para que le probemos los nuevos vestidos ante el gran espejo?
El emperador se despojó de todas sus ropas y los picaros simularon entregarle las nuevas que pretendían haber cosido e hicieron como si le atasen algo a la cintura: era la cola. El emperador se volvía y se contoneaba delante del espejo.
-¡Dios, qué traje más espléndido! ¡Qué bien le sienta! -exclamaron todos-. ¡Qué dibujos! ¡Qué colores! ¡Es un traje precioso!
-Afuera esperan a Vuestra Majestad con el palio para la procesión -anunció el maestro de ceremonias.
-¡Sí, estoy listo! -dijo el emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? -y de nuevo se miró al espejo, haciendo como si contemplase sus galas.
Los chambelanes que debían llevar la cola, palparon el suelo como si la tomasen y la levantasen y siguieron con las manos en alto, para que no creyeran que no veían nada.
Y así marchó el emperador en la procesión, bajo el espléndido palio, y todas las gentes en la calle y en las ventanas dijeron:
-¡Dios, qué magnífico es el nuevo traje del emperador! ¡Qué espléndida cola! ¡Qué bien le sienta! -nadie quería que se pensase que no veía nada, porque eso hubiera significado que era indigno de su cargo o tonto de remate. Ningún traje del emperador había tenido tanto éxito.
-¡Pero si no lleva nada! -dijo un niño.
-¡Dios mío, oíd la voz de la inocencia! -dijo su padre, y unos a otros cuchicheaban lo que el niño había dicho.
-¡Pero si no lleva nada puesto, dice un niño que no lleva nada puesto!
-¡No lleva traje! -gritó al fin todo el pueblo.
Y el emperador se sintió inquieto, porque pensó que tenían razón, pero se dijo:
-Debo seguir en la procesión.
Y se irguió con mayor arrogancia y los chambelanes le siguieron portando la cola que no existía.

domingo, 12 de abril de 2009

CUENTO PARA EMPEZAR LA TERCERA EVALUACIÓN

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Después de leer este cuento, deberéis sacar vuestras propias conclusiones. Al final, nos daremos cuenta de que el valor sentimental de las cosas es siempre un valor relativo, mientras que el valor real de las cosas (valor comercial) lo ha de poner un experto

“El valor del anillo”

"Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?"
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después...- y haciendo una pausa agregó Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
-E...encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
-Bien-asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió.
Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
-Que importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
-¡¿58 monedas?!-exclamó el joven.
-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... si la venta es urgente...
El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

jueves, 2 de abril de 2009

PARA LEER EN VACACIONES


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El pajarito perezoso


Había una vez un pajarito simpático, pero muy, muy perezoso. Todos los días, a la hora de levantarse, había que estar llamándole mil veces hasta que por fin se levantaba; y cuando había que hacer alguna tarea, lo retrasaba todo hasta que ya casi no quedaba tiempo para hacerlo. Todos le advertían constantemente:

- ¡Eres un perezoso! No se puede estar siempre dejando todo para última hora...

- Bah, pero si no pasa nada.-respondía el pajarito- Sólo tardo un poquito más que los demás en hacer las cosas

Los pajarillos pasaron todo el verano volando y jugando, y cuando comenzó el otoño y empezó a sentirse el frío, todos comenzaron los preparativos para el gran viaje a un país más cálido. Pero nuestro pajarito, siempre perezoso, lo iba dejando todo para más adelante, seguro de que le daría tiempo a preparar el viaje.
Hasta que un día, cuando se levantó, ya no quedaba nadie.

Como todos los días, varios amigos habían tratado de despertarle, pero él había respondido medio dormido que ya se levantaría más tarde, y había seguido descansando durante mucho tiempo. Ese día tocaba comenzar el gran viaje, y las normas eran claras y conocidas por todos: todo debía estar preparado, porque eran miles de pájaros y no se podía esperar a nadie. Entonces el pajarillo, que no sabría hacer sólo aquel larguísimo viaje, comprendió que por ser tan perezoso le tocaría pasar solo aquel largo y frío invierno.

Al principio estuvo llorando muchísimo rato, pero luego pensó que igual que había hecho las cosas muy mal, también podría hacerlas muy bien, y sin dejar tiempo a la pereza, se puso a preparar todo a conciencia para poder aguantar solito el frío del invierno. Primero buscó durante días el lugar más protegido del frío, y allí, entre unas rocas, construyó su nuevo nido, que reforzó con ramas, piedras y hojas; luego trabajó sin descanso para llenarlo de frutas y bayas, de forma que no le faltase comida para aguantar todo el invierno, y finalmente hasta creó una pequeña piscina dentro del nido para poder almacenar agua. Y cuando vio que el nido estaba perfectamente preparado, él mismo se entrenó para aguantar sin apenas comer ni beber agua, para poder permanecer en su nido sin salir durante todo el tiempo que durasen las nieves más severas.

Y aunque parezca increíble, todos aquellos preparativos permitieron al pajarito sobrevivir al invierno. Eso sí, tuvo que sufrir muchísimo y no dejó ni un día de arrepentirse por haber sido tan perezoso.

Así que, cuando al llegar la primavera sus antiguos amigos regresaron de su gran viaje, todos se alegraron sorprendidísimos de encontrar al pajarito vivo, y les parecía mentira que aquel pajarito holgazán y perezoso hubiera podido preparar aquel magnífico nido y resistir él solito. Y cuando comprobaron que ya no quedaba ni un poquitín de pereza en su pequeño cuerpo, y que se había convertido en el más previsor y trabajador de la colonia, todos estuvieron de acuerdo en encargarle la organización del gran viaje para el siguiente año.

Y todo estuvo tan bien hecho y tan bien preparado, que hasta tuvieron tiempo para inventar un despertador especial, y ya nunca más ningún pajarito, por muy perezoso que fuera, tuvo que volver a pasar solo el invierno