sábado, 20 de febrero de 2010

ANTONIO MONTERROSO VUELVE AL COLEGIO.

    
      Pronto tendremos la ocasión de volver a contar con la presencia de Antonio Monterroso entre nosotros. En efecto, Don Antonio regresa al Colegio, pero esta vez es para tener un encuentro con el alumnado y para recrearnos con su obra literaria. El que fuera Director de nuestro Centro educativo participa en la actividad denominada:
LA CREACIÓN LITERARIA COMO ESTRATEGIA FORMATIVA: CIRCUITO LITERARIO DE NARRADORES-DOCENTES
     Decirle, desde estas líneas de nuestro Blog de la Biblioteca, que estamos encantados y que esperamos su visita con gran interés.
     A continuación, podremos disfrutar con el cuento titulado "Don Tomás Alvear, juglar", una de sus muchas producciones literarias
DON TOMÁS ALVEAR, JUGLAR

(Antonio Monterroso)

Una mañana, Don Tomás Alvear, al sonar el despertador, le dijo a su mujer
-Buenos días, Felisa,
despierta, que tenemos prisa,
El hombre no tenía ni idea del problema que se le venía encima. Al entrar al cuarto de baño, preguntó casi sin darse cuenta
-¿Y las cuchillas de afeitar
que no las puedo encontrar?
Felisa barruntó que algo raro le sucedía a su marido cuando en el desayuno le soltó:
- ¿Cómo quieres las tostadas
con miel o con mermelada?
-Cariño, qué poético te has levantado hoy. Hablas en verso mejor que Calderón de la Barca.
Tomás, sorprendidísimo, contestó:
- No digas tonterías, mujer.
Hablo hoy igual que ayer.
Y entonces fue consciente de las rimas que salían de su boca sin él pretenderlo. Y no le dio mayor importancia... al principio.
Mientras se lavaba los dientes, estuvo pensando sobre el comentario de su mujer. Y sus pensamientos también fueron en verso, aunque él no se dio cuenta en ese momento.
“Otros dicen palabrotas
sin que parezcan idiotas.”
Al concluir su aseo, se miró al espejo y empezó a calcular lo bien que podría venirle la poesía para su negocio.
“Ya que hablar en verso sería
un prestigio para su zapatería.
Pero todas esas ideas que pasaban por su cabeza le inquietaron de repente. ¡Ahora sí se dio cuenta! Sintió cierta preocupación.
“Pues no sólo en verso hablaba,
sino que en verso pensaba.”
Cuando salió de casa con su mujer para ir a la tienda, le dijo a Felisa:
-Vamos, deprisa, mi amor,
¡Nos quitan el ascensor!
Y al encontrarse en el vestíbulo con Don Teodoro, el farmacéutico del sexto, lo saludó así:
-Buenos días, vecino.
Bonito traje de lino.
A lo que contestó el farmacéutico en tono de chufla:
- Buenos días, Don Tomás.
¿Le gusta? Pues tengo más.
Felisa ya no se pudo aguantar y, al subirse al coche, le dijo visiblemente enfadada:
- Tonterías, las justas, Tomás. Deja de hacerte el gracioso y habla normal, si no quieres ser el hazmerreír del barrio.
Pero, a Don Tomás le resultaba imposible controlar aquella vena poética que se había desatado en su interior. Y sólo acertó a responderle:
- No sé por qué, vida mía,
me salen las poesías.
Felisa se tomó a mal aquella respuesta. Creyó que se burlaba de ella. Así que, cuando Don Tomás la dejó en la parada del autobús, estaba tan enfadada que no se despidió de él con el habitual “que tengas un buen día, cariño”. Más que nada para evitar que le soltara unos nuevos versitos, de ésos tan tontos. Además, tampoco creía que hubiese muchas palabras que terminasen en “–iño”. Aunque ahora que lo pensaba, sí las había: corpiño, niño, guiño, armiño… ¡Uf! ¡Sí había, sí!
La mañana, en la zapatería, empezó muy bien. Nada más abrir las puertas, entró una señora, que buscaba unos zapatos cómodos.
- Pruébese estos mocasines.
¡Le van a quedar de cine!
La señora se los llevó sin rechistar. Al salir le comentó a su amiga:
- ¡Qué idea tan original! ¡Este comerciante vende zapatos en verso!
Un rato después entró un señor muy serio con un enorme bigote y sombrero de ala ancha.
- Quiero unos zapatos que hagan juego con este sombrero –pidió.
Y al momento, el astuto zapatero le sacó unos zapatos que llevaban en el escaparate toda la vida.
- Estos zapatos de ante
son para el pie como un guante.
El señor del bigote se quedó encantado, pagó y se fue por donde había venido.
“Si esto sigue viento en popa,
pondré una tienda de ropa.”
Tan convencido estaba de que su éxito se debía a sus versos que, antes de poner otro negocio, decidió encargar un rótulo luminoso para su tienda. El rótulo diría:
“Zapatería Alvear,
la elegancia en el andar”
Así pasó toda la mañana, entre clientes, zapatos y versos. La cosa se le complicó un poco cuando, al mediodía, cerró para ir a comer. En el restaurante, el camarero le dio la carta del menú. Don Tomás se encontró con una dificultad insalvable. Le apetecía tomar cocido madrileño, pero no encontraba el nombre de un solo postre que acabase como “madrileño”. ¡Menudo problema! No sabía qué hacer. Sus labios no le obedecían. Parecía como si se los hubiesen pegado. Entonces, se lanzó y pidió:
- Espaguetis a la boloñesa,
acompañados de mayonesa.
El camarero hubiese querido decirle que los espaguetis a la boloñesa no llevan mayonesa, sino salsa de tomate. Pero le pareció que Don Tomás era un poco raro y decidió no complicarse la vida... Sólo añadió:
- Como usted guste. Y de segundo, ¿qué tomará el señor?
Y don Tomás contestó con rapidez:
- Estoy algo desganado.
Luego tomaré un helado.
Por la tarde, cuando abrió la tienda, las cosas comenzaron a empeorar. Los versos que le salían con tanta facilidad no eran ahora nada adecuados para su negocio. Y así, cuando estaba probando unas zapatillas de deporte a un joven atleta, le dijo:
- ¡Fantástico! ¡Qué bien le sientan!
Pero sus pies huelen que...

Estuvo a punto de decirlo. Pero se mordió la lengua. De todas formas, el cliente se marchó sin comprar nada.
A continuación tuvo que atender a una señora bastante gorda. La pobre señora entró quejándose de sus zapatos de tacón y afilada puntera:
 ¡Estos zapatos me van a matar! ¿Por qué seré tan presumida? Pero ya no los aguanto más. Sáqueme los zapatos más anchos que tenga, por favor. Y los más cómodos.
Y en aquella situación, a don Tomás sólo se le ocurrió decir:
- Los zapatos de punta fina
no están hechos para cochinas.
La señora se quedó de piedra. Sin pensárselo dos veces, le dio un buen bolsazo a don Tomás y salió de la tienda diciendo:
- Ahí se queda usted, maleducado. ¡Habrase visto!
Don Tomás no supo qué pensar de todo aquello. Ni siquiera en verso. Decidió cerrar la tienda y salir de allí pitando para refugiarse en su casa.
Cuando abrió la puerta de su casa, Felisa le lanzó este saludo:
- ¡Hola!, ¿Cómo es que llega tan pronto a casa mi poeta preferido?
- Sí, tú tómatelo a risa...
¡Con lo que sufro, Felisa!
Al verle con un ojo morado, Felisa se asustó. Después de contarle todo lo ocurrido, don Tomás terminó diciendo muy apenado:
- ¡Ay! Esto de hablar en verso
ha resultado perverso.
Felisa decidió que irían a urgencias inmediatamente. Tenía que verlo cuanto antes un otorrinolaringólogo. Don Tomás, con la mente en blanco y la boca abierta, se dejó explorar: garganta, cuerdas vocales... Todo era normal.
A la mañana siguiente fueron al psiquiatra, por ver si se trataba de algún problema que tenía en su mente. Pero nada. Tampoco. No había ningún trauma de la niñez relacionado con los poetas que estudió en la escuela.
Después acudieron a la consulta de una logopeda muy famosa, que tampoco sabía qué sucedía. Fue muy amable y les dijo que investigaría si se habían dado otros casos y si se había encontrado algún tratamiento, aunque no podía prometerles nada.
Desesperados, acudieron a un médico muy célebre que vivía modestamente en una aldea muy alejada. Les habían dicho que era un verdadero sabio, capaz de curar las enfermedades más extrañas.
Felisa le contó con todo detalle lo que le pasaba a su marido. El médico se quedó pensando un buen rato, miró fijamente a don Tomás a los ojos y le dijo en verso, con una gran tranquilidad:
- Se acabaron sus cuidados,
Ya su mal ha terminado.
Inmediatamente, don Tomás se sintió curado y salió de la consulta más contento que unas castañuelas. Iba tan despreocupado que pisó una cáscara de plátano y se dio un golpe descomunal en la cabeza. El pobre hombre se desmayó y perdió el conocimiento. Cuando se despertó, estaba en el hospital y todo daba vueltas a su alrededor. Al reconocer a su mujer, sin venir a cuento, empezó a recitar:
Pues con esto y un bizcocho
hasta mañana a las siete.
Perro ladrador,
poco peligroso.
Ande yo caliente
y ríase mi vecino.
Lo mejor de todo era que recitaba con gran naturalidad y sin ningún esfuerzo.
- ¿Te das cuenta, Tomás? -le dijo su mujer-. Puedes evitar las rimas. Ya no hablas en verso. ¡Estás curado!
Y, efectivamente, así fue. De algo tan raro como lo que había tenido don Tomás Alvear sólo se podía decir esto:
Fue producto del destino,
y se fue tal como vino.

CUENTO PUBLICADO EN EDITORIAL SANTILLANA.

lunes, 8 de febrero de 2010

QUIEN NO TE CONOZCA QUE TE COMPRE

Con motivo de la próxima celebración del "Día de Andalucía", os he buscado este bonito e interesante cuento escrito por un escritor cordobés (Juan Valera) que nació en Cabra en el año 1824. Espero que lo leais con mucha atención, que os guste y que pongáis un comentario acerca de lo que os ha parecido.



"QUIEN NO TE CONOZCA QUE TE COMPRE"


   No nos atrevemos a asegurarlo, pero nos parece y querernos suponer que el tío Cándido fue natural y vecino de la ciudad de Carmona.
   Tal vez el cura que le bautizó no le dio el nombre de Cándido en la pila, sino que después todos cuantos le conocían y trataban le llamaron Cándido porque lo era en extremo. En todos los cuatro reinos de Andalucía no era posible hallar sujeto más inocente y sencillote.
   El tío Cándido tenía además muy buena pasta. Era generoso, caritativo y afable con todo el mundo. Como había heredado de su padre una haza, algunas aranzadas de olivar y una casita en el pueblo, y como no tenía hijos, aunque estaba casado, vivía con cierto desahogo.
   Con la buena vida que se daba se había puesto muy lucio y muy gordo.
   Solía ir a ver su olivar, caballero en un hermosísimo burro que poseía; pero el tío Cándido era muy bueno, pesaba mucho, no quería fatigar demasiado al burro y gustaba de hacer ejercicio para no engordar más. Así es que había tomado la costumbre de hacer a pie parte del camino, llevando el burro detrás asido del cabestro.
   Ciertos estudiantes sopistas le vieron pasar un día en aquella disposición, o sea a pie, cuando iba ya de vuelta para su pueblo. Iba el tío Cándido tan distraído que no reparó en los estudiantes.
   Uno de ellos, que le conocía de vista y de nombre y sabía sus cualidades, informó de ellas a sus compañeros y los excitó a que hiciesen al tío Cándido una burla.
   El más travieso de los estudiantes imaginó entonces que la mejor y la más provechosa sería la de hurtarle el borrico. Aprobaron y hasta aplaudieron los otros, y puestos todos de acuerdo, se llegaron dos en gran silencio, aprovechándose de la profunda distracción del tío Cándido, y desprendieron el cabestro de la jáquima. Uno de los estudiantes se llevó el burro, y el otro estudiante, que se distinguía por su notable desvergüenza y frescura, siguió al tío Cándido con el cabestro asido en la mano.
   Cuando desaparecieron con el burro los otros estudiantes, el que se había quedado asido al cabestro tiró de él con suavidad. Volvió el tío Cándido la cara y se quedó pasmado al ver que en lugar de llevar el burro llevaba del diestro a un estudiante.
   Este dio un profundo suspiro, y exclamó:
- Alabado sea el Todopoderoso.
- Por siempre bendito y alabado, -dijo el tío Cándido.
   Y el estudiante prosiguió:
- Perdóneme usted, tío Cándido, el enorme perjuicio que sin querer le causo. Yo era un estudiante pendenciero, jugador, aficionado a mujeres y muy desaplicado. No adelantaba nada. Cada día estudiaba menos. Enojadísimo mi padre me maldijo, diciéndome: eres un asno y debieras convertirte en asno.
   Dicho y hecho. No bien mi padre pronunció la tremenda maldición, me puse en cuatro pies sin poderlo remediar y sentí que me salía rabo y que se me alargaban las orejas. Cuatro años he vivido con forma condición asnales, hasta que mi padre, arrepentido de su dureza, ha intercedido con Dios por mí, y en este mismo momento, gracias sean dadas a su Divina Majestad, acabo de recobrar mi figura y condición de hombre.
   Mucho se maravilló el tío Cándido de aquella historia, pero se compadeció del estudiante, le perdonó el daño causado y le dijo que se fuese a escape a presentarse a su padre y a reconciliarse con él.
   No se hizo de rogar el estudiante, y se largó más que deprisa, despidiéndose del tío Cándido con lágrimas en los ojos y tratando de besarle la mano por la merced que le había hecho.
   Contentísimo el tío Cándido de su obra de caridad se volvió a su casa sin burro, pero no quiso decir lo que le había sucedido porque el estudiante le rogó que guardase el secreto, afirmando que si se divulgaba que él había sido burro lo volvería a ser o seguiría diciendo la gente que lo era, lo cual le perjudicaría mucho, y tal vez impediría que llegase a tomar la borla de Doctor, como era su propósito.
   Pasó algún tiempo y vino el de la feria de Mairena.
   El tío Cándido fue a la feria con el intento de comprar otro burro.
   Se acercó a él un gitano, le dijo que tenía un burro que vender y le llevó para que le viera.
   Qué asombro no sería el del tío Cándido cuando reconoció en el burro que quería venderle el gitano al mismísimo que había sido suyo y que se había convertido en estudiante. Entonces dijo el tío Cándido para sí:
- Sin duda que este desventurado, en vez de aplicarse, ha vuelto a sus pasadas travesuras, su padre le ha echado de nuevo la maldición y cátale allí burro por segunda vez.
   Luego, acercándose al burro y hablándole muy quedito a la oreja, pronunció estas palabras, que han quedado como refrán:
- Quien no te conozca que te compre.